Sí, era uno de mis propósitos de este 2019, pero la bola de Sísifo de traducciones y el tiempo que pasa que se las pela se han conchabado para impedirme hacerlo hasta ahora, a finales de agosto. Pero bueno, nunca es tarde si la chicha es buena, así que le he quitado las telarañas al piano, por fin. Milagrosamente, sigue afinado (cosas buenas de tener una casa de 1895 con techos muy altos y una calefacción justita justita). Allá vamos. Vuelta a la casilla de salida, a las escalas y los estudios sencillitos para ir recuperando poco a poco lo perdido. Espero que sea un poco como ir en bici, que nunca se olvida del todo. Si consigo tocar un rato cada día, quizá mis dedos lleguen en breve a recordar las piezas que llegué a saberme de memoria. Y esta vez, además, quiero aprender a leer la partitura y tocar a la vez, lo que supone luchar contra mi propia naturaleza, porque tengo mucha memoria visual y auditiva y muy pocas ganas de ceñirme al método tradicional. Pero uno de mis sueños es llegar a tocar los Nocturnos y los valses de Chopin, por lo menos los que más me gustan (soñar es gratis).